Explorando la cortina de humo
09/06/2015Uno se ciñe a las reglas que le imponen, pero a veces salta la vena malvada y entran granas de, si no romperlas, al menos hacerlas lo suficientemente flexibles para que favorezcan a sus intereses. Me refiero a las reglas que me impiden hablar de política y religión en Managerzone, no me seáis malpensados. Como no puedo hablar de lo que hay detrás de la cortina de humo favorita del país estos días, la pitada al himno español en la final de la Copa del Rey, hablaré de la cortina, así que a quien le haya entrado el pánico o el tedio, ya sabe que cuenta con mi beneplácito para dedicarse a menesteres más provechosos.
Sé que es prácticamente imposible reconciliar las posturas entre los que defienden y denigran la pitada, pero creo que se puede llegar a un acuerdo de mínimos en dos puntos concretos. El primero es que han defendido futbolistas como Xavi o políticos como Ada Colau: la pitada es una forma de libertad de expresión. La población tiene el derecho a manifestar su descontento con las instituciones, siempre que lo haga dentro de unos límites razonables. Los pitos lo son. Se silbó con fuerza el himno español, los políticos en el palco pusieron su mejor cara de póker y la final se disputó sin mayores incidencias. Olvidan los críticos que deberíamos poder celebrar no la pitada en sí, sino el hecho de poder disentir, y disentir de la disensión, sin consecuencias legales. Durante mucho tiempo ese derecho se negó en este país, y a día de hoy hay otras naciones donde sigue penado el manifestar el descontento con la política oficial.
El segundo punto es que silbar el himno es una falta de respeto. Existe una parte de los españoles que se sienten identificados con el himno, y les ofende que éste sea silbado. Mi madre suele decir eso de “lo cortés no quita lo valiente” y creo que los ofendidos con los silbidos estarán de acuerdo: se puede expresar con claridad y firmeza el rechazo a determinadas ideas sin decir una palabra más alta que otra, sin usar descalificativos o actitudes agresivas. El problema es que este uso del respeto se usa de forma torticera. Hay indignación por lo sucedido en el Camp Nou pero no por el abucheo a La Marsellesa. La libertad de expresión permite silbar el himno nacional, pero se desataría la tormenta si se hace lo mismo con uno autonómico. Se puede silbar a un presidente de otro partido político, pero no al Jefe de Estado.
En medio de este maremágnum de acusaciones más o menos fundadas, leí algo en un artículo de Contexto que me llamó la atención. Afirma Guillem Martínez que en Estados Unidos el Tribunal Supremo reconoce la quema de banderas como parte de la libertad de expresión y por tanto, protegido por la Primera Enmienda. Teniendo en cuenta que el pueblo estadounidense es infinitamente más sensiblero que el español en lo tocante a los símbolos nacionales, me quedé un tanto turulato. Luego me puse manos a la obra. En 1984, Gregory Johnson participó en una manifestación contra las políticas de Ronald Reagan, durante la convención del partido republicano en Dallas. En ella quemó una bandera americana. Fue condenado por un tribunal tejano a un año de prisión y multa de dos mil dólares por actos vandálicos contra un objeto venerado. Tras perder un recurso, el Tribunal de Apelación criminal de Texas falló a favor de Johnson. El Estado apeló al Tribunal Supremo de Estados Unidos, que ratificó la sentencia en una polémica decisión por cinco votos a cuatro. La resolución completa puede leerse aquí.
Antes de pasar a los argumentos a favor y en contra un detalle importante: mientras que en español hablamos de libertad de expresión, en inglés se dice freedom of speech, esto es, libertad de discurso. Por ello, el tribunal tuvo que decidir si quemar una bandera es un acto discursivo, a pesar de que no se pronuncie palabra. El Tribunal falló que la protección que garantiza la primera enmienda no termina con la palabra escrita o hablada, y que dicha “conducta estaba suficientemente imbuida de elementos comunicativos para entrar dentro del alcance de la primera y la decimocuarta enmiendas”.
El voto definitivo fue del juez William J. Brennan. El juez Anthony Kennedy escribió un texto de concurrencia. Los jueces William Rehnquist y John Paul Stevens uno de disensión. Merece la pena leer algunos de los argumentos a favor y en contra. Traduzco una cita completa del juez Kennedy:
“Aunque a menudo los símbolos son lo que nosotros hacemos de ello, la bandera se mantiene constante en expresar unas creencias que los americanos comparten, creencias en la ley y la paz, y en esa libertad que sustenta el espíritu humano. El caso de hoy fuerza al reconocimiento de los costes a los que esas creencias nos comprometen. Es emotivo pero fundamental que la bandera proteja a aquellos que la menosprecian”.
El juez Rehnquist, jefe del Tribunal Supremo por aquel entonces, arguye:
“[La bandera] no representa los puntos de vista de ningún partido político concreto, y no representa ninguna filosofía política concreta. La bandera no es simplemente otra “idea” o “punto de vista” que compite por ser reconocida en el mercado de las ideas. Millones y millones de americanos la contemplan con una reverencia casi mística sin importar el tipo de creencias sociales, políticas o filosóficas que tienen”.
Añade que quemar la bandera no es “parte esencial de cualquier exposición de ideas, más bien el equivalente de un gruñido o grito que, es justo decir, es más probable que sea darse el gusto no de expresar una idea concreta, sino contrariar a otros”. Lo que defiende este juez, y apostilla el juez Stevens, es que el castigo a Johnson no fue por expresar sus ideas, sino cómo fueron expresadas.
Es decir, por un lado tenemos la libertad de expresión, aunque suponga permitir la manifestación de ideas que nos disgustan, y por otra, el respeto a un símbolo más allá de ideologías. Ganó por un solo voto la libertad de expresión. Esta sentencia anuló las leyes de cuarenta y ocho estados, que tenían prohibido la profanación de la bandera. Se ha intentado aprobar una enmienda que prohíba este tipo de actos, pero ha sido rechazada por el Senado, quien tiene que ratificar las decisiones del Congreso. Servidor opina que, con todos los fallos de la democracia estadounidense, éste es un acierto del que tendríamos que aprender.
Hay otro aspecto de la sentencia que es importante subrayar, pues puede aplicarse al caso de la pitada en el Camp Nou. Se cuestionaba si el acto de quemar la bandera podía causar o al menos amenazar un quebrantamiento de la paz. El estado de Texas arguyó que quemar la bandera tiende a incitar dicho quebrantamiento. El Supremo rechazó este argumento, indicando que el estado ha de castigar la expresión que incite a “la acción criminal inminente”, y que no siempre se da ese caso cuando se quema una bandera. Esto es clave en la pitada del Camp Nou. Sería imprescindible castigar a los responsables del abucheo si éste hubiera llevado a disturbios. En cambio no fue así. Se pitó el himno y todo transcurrió en paz. Por tanto creo que, si bien el abucheo puede incitar a actos violentos éste no fue el caso. Si se criminaliza todo acto “susceptible de” incitar a la violencia, podría darse el caso de detenciones injustificadas para “prevenir” unos supuestos actos violentos. Algo más propio de una dictadura que de una democracia.
Dejando lo legal y yendo a lo personal, ¿cuál es mi postura al respecto? Lo primero es decir que a mí no me ofende que alguien silbe el himno español. No reniego de mi españolidad, pero opino que el himno y la bandera son representaciones simbólicas, con las que uno puede estar de acuerdo o no. Es importante la nacionalidad de uno, pues dependiendo del país donde uno nazca recibe una educación, unos valores y la libertad o imposibilidad de disentir de ellos. Pero no creo que sea un factor determinante a la hora de juzgar a una persona. Pongo por encima de banderas, himnos y religiones los actos y palabras de cada cual. Ahora bien, que yo no me identifique con los símbolos nacionales, ni me moleste que se les falte al respeto no significa que pueda pedir a todo el mundo que no se ofenda por la pitada de la final de Copa. Sólo pido un poco de comprensión y menos ganas de linchamiento. También pido a quienes pitaron el himno un poco de buena educación. Claro que es difícil esto último, pues el escenario era ideal para que las autoridades se enteraran del descontento de la población y no poder hacer oídos sordos a ello. Las reivindicaciones verbales o escritas pueden no llegar a quienes están dirigidas, por muy respetuosas y bien argumentadas que estén. En cambio, para ignorar algo como una pitada, el Rey y las autoridades hubieran tenido que taparse los oídos, lo que hubiera perjudicado seriamente su imagen.
A pesar de todo, yo no hubiera silbado el himno, por respeto. En cambio, defiendo a quien quiera hacerlo, eso sí, afeándole la conducta poco cortés. Lo que sí pido a todas las partes implicadas es un poco de cabeza. Calma y serenidad para analizar todo lo sucedido. Sé que tal petición va a caer en saco roto, pero no por ello no voy a dejar de hacerla.
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