Un final de tragedia clásica
22/06/2015Minuto noventa y dos y medio. Treinta segundos para que la árbitro decrete el final del partido. El resultado es de dos a uno. Un gol podría bastar para que el equipo que pierde pase de ronda. Por ello están en pleno ataque a la desesperada. Los nervios pueden jugar una mala pasada a cualquiera de los dos equipos y, como si Murphy estuviera escribiendo el guión del encuentro, así sucede. Una de las defensoras está en el suelo, dentro de la media luna. En su afán porque el partido termine corta la pelota con la mano. Reclamación de las atacantes, la árbitro ha visto la acción y señala la falta. Será la última del partido, porque con el tiempo que se tarda desde que se pita la falta hasta su ejecución se sobrepasa ampliamente el tiempo añadido. Tras las protestas, la colocación de la pelota y la barrera, tras las amonestaciones verbales de la juez de la contienda a las componentes de la barrera, tras el trazo de la raya que no ha de pisar la barrera, todo está dispuesto. La lanzadora mira con concentración y desafío hacia la portería. Suena el silbato. La lanzadora golpea, la bola vuela, traza una parábola maravillosa y por una décima de segundo el milagro parece posible. La pelota se estrella en el larguero y sale despedida fuera de la portería en lugar de botar hacia dentro. Pitido final. Estallido de alegría de las vencedoras. Caras de incrédula tristeza y lágrimas en las perdedoras. El espectador cierra la boca tras la sorpresa y trata de digerir lo que acaba de ver.
Con esta escena se despedía la selección española femenina de fútbol del Mundial de Canadá 2015. La participación de las chicas en la cita canadiense ya era todo un logro, teniendo en cuenta que la mayoría de ellas no son profesionales. La selección se marcha de Canadá con un empate y dos derrotas, última del grupo que la enfrentaba a Corea del Sur, Costa Rica y Brasil. Las sensaciones que dejan son agridulces. Ya las ha recogido la prensa, por lo que mi apreciación resulta poco útil, ya que no tiene nada nuevo que aportar. Podría comentar la falta de preparación de la selección, la falta de inversión por parte de la federación, podría comparar la situación de las futbolistas con las jugadoras de baloncesto, que están disputando el Europeo 2015, rayando a gran nivel hasta el momento. Podría hablar de todo eso, pero no. Lo que me interesa es ese final.
Si Aristóteles hubiera vivido en estos tiempos y hubiera tenido un mínimo interés en el deporte rey, cosa harto dudosa, hubiera estado encantado con el final del partido, siempre que hubiera sido un espectador neutral o hubiese apoyado a Corea del Sur. Entre el 335 a. C y el 323 a. C el filósofo escribió su Poética, análisis estético a partir de los personajes y la descripción del género trágico, ya que la parte dedicada a la comedia no ha llegado a nuestros días. En ella introduce un concepto que luego tomaría Freud para el psicoanálisis, la catarsis. Lo que pretendía tal fenómeno era que el espectador purificara sus bajas pasiones al verlas reflejadas en los personajes, y percibir los efectos del castigo sin experimentar el mismo. La obra que Aristóteles toma como referencia es el Edipo Rey de Sófocles —que también sirve de inspiración a Freud—, en la que el rey de Tebas, Edipo, ha de investigar la muerte del anterior rey, Layo, para salvar la ciudad de la peste. Debido a las circunstancias vitales de Edipo, acaba descubriendo que él fue el asesino de Layo, que a su vez era su padre, y que estaba casado con su madre, Yocasta. La revelación del descubrimiento lleva al suicidio a Yocasta y a Edipo a cegarse y pedir el destierro, el peor castigo posible para un griego de la época.
Aristóteles analizaría el España-Corea del Sur de acuerdo con los siguientes postulados. Las virtudes de las españolas salieron en la primera parte: buen nivel defensivo y gran capacidad de generar ocasiones de gol, incluyendo la materialización de una, pero sus defectos, léase la falta de acierto de cara a portería —que hubiera podido decantar el partido en la primera parte o al menos encarrilarlo—, junto con un despiste defensivo en el primer tanto encajado y la mayor efectividad goleadora de las asiáticas, hicieron al combinado nacional pagar con la derrota un partido en el que hicieron méritos para llevarse los tres puntos. El final es el broche perfecto: España tiene una ocasión clara en el último minuto para al menos igualar la contienda (según El País no hubiera bastado, porque el empate hubiera dado el pase si Brasil hubiera ganado por más de dos goles a Costa Rica y sólo lo hizo 0-1) pero el larguero impide el premio, castigando a la Roja, aunque jugase de blanco el otro día.
Podemos discutir si es justo o injusto. Podemos hablar de si España mereció más. Podemos hablar de mil y una posibilidades, pero ciñéndonos a la tragedia clásica, es un final canónico. El espectador comparte la tristeza y el desasosiego de las jugadoras como si él hubiera estado disputando el partido. Fue además doblemente cruel, porque fue estéticamente maravilloso. De haber entrado, todo estaríamos alabándolo como un golazo, incluso si no hubiera servido para que la selección se clasificara. Hubiera mitigado el dolor de la eliminación el marcharse dejando un candidato al gol del torneo. En cambio el larguero puso una punta de veneno en el puñal que se clavó en el corazón de jugadoras y aficionados, digno de Benioff y Weiss, guionistas de Juego de Tronos, que a buen seguro hubieran puesto una sonrisa mefistofélica ante este desenlace. El final fue de una terrible belleza, por robarle la metáfora a William Butler Yeats, de quien se cumplió el 150 aniversario de su nacimiento hace unos días. Sonia Bermúdez no lo sabía, pero estaba escribiendo una obra maestra. Por desgracia para ella, para sus compañeras y los que veíamos el partido, fue un perfecto final de tragedia clásica.
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