En la noche de los cuerpos
21/06/2017Este verso de Alejandra Pizarnik sirve a Esther Ginés para dar título a su segunda novela, una historia breve pero intensa que publica la editorial Adeshoras.
La novela tiene forma de confesión: Cecilia, una joven enamorada de Olivier, un pintor francés que la tiene como musa, decide ayudarle a secuestrar a una desconocida, Laia, en la que ve todo aquello que lleva persiguiendo. A modo de expiación, Cecilia escribe una suerte de memorias dirigidas a Laia, en la que explica cómo llegaron al extremo del secuestro, los pormenores del mismo y sus consecuencias.
Quien de primeras lea la breve exposición del argumento del párrafo anterior se puede llevar a engaño, más si conoce los gustos de quien reseña. Pese a que este libro comparte algún rasgo con las novelas sobre secuestros (temática, personaje siniestro, estilo sencillo), En la noche de los cuerpos no se parece apenas a obras como Sarna con gusto o Delincuentes de medio pelo. La narración se divide en cuatro partes narradas en primera persona: la primera tiene la voz de Laia la mañana del secuestro, después pasa a Cecilia, quien tras una breve exposición da paso al cuerpo principal de la novela, y cierra un breve epílogo con las consecuencias de su propio relato. Pero en lugar de seguir un estilo de narración lineal, la trama se desarrolla serpenteante, dando saltos entre las motivaciones de Cecilia, los hechos del secuestro y las vivencias anteriores de la joven, evitando hacerlo de forma cronológica, invitando a una lectura más reposada.
El inconveniente que puede surgir de esta forma de narrar menos convencional lo solventa la autora con el estilo: sencillo, claro, con frases cortas y sin artificios innecesarios. La lectura es ligera, lo que permite ahondar en las profundidades psicológicas que llevan a Cecilia a colaborar en un secuestro. Si bien esta sencillez la emparenta con la novela negra, como se ha dicho arriba, es una sencillez mucho más poética e intimista que las habituales cuchilladas con las que se despacha el género negro. Hay que alabar la elección de estilo: no sólo facilita una lectura que podía convertirse en un fárrago considerable, sino que está perfectamente conseguido, siendo evocador y lírico al mismo tiempo.
Hay dos elementos del libro de los que cuesta hablar, para no arruinar el misterio con el que se afronta la lectura de esta novela: personajes y el arte y literatura mencionados en la misma. En cuanto a los primeros, el peso recae en el trío protagonista, con apariciones puntuales de los padres de Cecilia y una especie de aya que cuida de la joven después de los acontecimientos principales, aunque de estos últimos apenas destaca la madre. Huelga decir que, dado que Cecilia es la narradora conocemos sus motivaciones más a fondo que del resto, pero el retrato que pinta de Laia es no menos poderoso, a base de sus pocas palabras y muchos silencios. Olivier aparece retratado a pinceladas, como si de un boceto se tratase, pero no queda peor definido por ello. Su presencia es más vaporosa a ratos, pesa su ausencia en otros, y cuando aparece tiene toda la intensidad que se le requiere.
En lo tocante a las artes, a servidor le ha resultado particularmente agradable la presencia de los pintores elegidos, que son muy de mi gusto. Las reflexiones a propósito del papel de las mujeres en el arte son otro de los aciertos del libro, aunque no se ahonde en ellos para evitar arruinar sorpresas. La poesía es el otro arte de gran importancia en la novela. Además del título, unas veces aparecen versos de otros poetas a lo largo de la narración, otras se usan para describir a alguno de los personajes. Por mencionar alguno que no sea relevante para la trama, a la cita de Pizarnik con la que se abre y titula el libro la acompaña otra de Charles Bukowski. Y sin destripar gran cosa, añadir que la sombra de Shakespeare es alargada. Tanto arte como poesía están perfectamente hilados en la narración, permitiendo que fluya con naturalidad como parte lógica de la historia y no como artificio introducido con calzador por la autora.
No me gustaría cerrar esta reseña sin una reflexión que no tiene que ver estrictamente con la novela. He tenido la fortuna de charlar con Esther varias veces y ambos hemos expresado la misma queja: la dificultad que tienen los autores jóvenes españoles de hacerse un hueco en el mundo literario. Es cierto que de vez en cuando se apuesta por autores que no se ciñen a lo que dictan los gustos más convencionales, pero se tiene la sensación de que o escribes el best-seller del momento o nadie dará un duro por ti. Es verdad que, si bien En la noche de los cuerpos se aleja de la narrativa más tradicional, es una novela al alcance de cualquier público: aunque requiere algo más de esfuerzo de lo habitual, se lee con facilidad, es entretenida y no renuncia a entrar en temas trascendentales. Servidor opina que con un poco de apoyo de una editorial algo más grande y un márketing apropiado, se estaría hablando de Esther Ginés como de una de los nuevos talentos nacionales a los que prestar atención, tanto en prensa tradicional como en medios digitales especializados. Por eso hay que dar las gracias a la editorial por hacer esta apuesta, y desear que otros sellos se animen y apuesten por autores españoles jóvenes y talentosos, sobre todo si se llaman y escriben tan bien como Esther Ginés.
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